Pero que no cunda en pánico que a lo largo del fin de semana lo tendréis, y a las malas el lunes habrá un post; si seguís mis redes sociales lo sabréis al instante de subirlo.
Sin embargo el post de hoy no es para nada menos importante porque el próximo 23 de mayo, sale a la venta la segunda entrega de Dark Artificies: Lord of Shadows
En español por desgracia no contamos con una traducción demasiada acertada en mi opinión y eso que estudio Filología Inglesa. Esta nueva saga la han nombrado Cazadores de Sombras: Renacimiento y Cassandra nos ha dejado ponerle las manos encima al primer capitulo que aqui teneis en español.
Disfrutadlo y marcad en vuestros calendario el 23 de mayo!
CAPITULO 1 - LORD OF SHADOWS
Kit acababa de descubrir lo que era un trompazo, y ahora había un estante colgando sobre su cabeza, brillante, agudo y mortal.
Nunca antes había visto algo parecido a la sala de armas del Instituto de Los Ángeles. Las paredes y los suelos eran de granito blanco, y las islas se elevaban a intervalos por toda la habitación, haciendo que todo el lugar se pareciera a armas y armaduras expuestas en un museo. Había mástiles y mazas, bastones ingeniosamente diseñados, collares, botas y chaquetas acolchadas los cuales escondían delgados y planos cuchillos para apuñalar y lanzar. Estrellas del mañana cubiertas de espinas terribles, y ballestas de todos los tipos y tamaños.
Las islas de granito estaban cubiertas con pilas de brillantes instrumentos tallados en adamas, una sustancia parecida al cuarzo que los cazadores de sombras extraían de la tierra y que sólo ellos podían convertir en espadas, cuchillos y estelas. Pero lo más interesante para Kit era el estante que contenía las dagas.
No era que no tuviera algún deseo en particular de aprender a usar una daga, nada más allá del interés general que él imaginaba que la mayoría de los adolescentes tendrían en armas mortales, pero incluso entonces, preferiría que le dieran una ametralladora o un lanzallamas. Pero las dagas eran obras de arte, sus empuñaduras incrustadas en oro y plata con gemas preciosas: zafiros azules, rubíes, patrones de espinas grabados en platino y diamantes negros.
Podía pensar en al menos tres personas en el Mercado de las Sombras que las comprarían por buen dinero, sin hacer preguntas.
Tal vez cuatro.
Kit se quitó la chaqueta de mezclilla que llevaba, no sabía a cuál de los Blackthorn pertenecía; Se había despertado por la mañana después de haber llegado al Instituto y encontró una pila de ropa recién lavada al pie de su cama y se encogió de manera indiferente en su chaqueta. Se vislumbró en el espejo al otro extremo de la habitación. Cabello rubio, el último de sus moretones desvaneciéndose en su pálida piel. Se desabrochó el bolsillo interior de la chaqueta y empezó a llenarlo de dagas envainadas, escogiendo las que tenían las empuñaduras más lujosas.
La puerta de la sala de armas se abrió. Kit dejó caer la daga que estaba agarrando del estante y se giró a toda prisa. Pensó que había salido de su habitación sin que nadie lo notara, pero si había algo que había notado durante su corta estancia en el Instituto, era que Julian Blackthorn se daba cuenta de todo y sus hermanos no se quedaban atrás.
Pero no era Julian. Era un hombre joven al que Kit no había visto antes, aunque algo en él le resultaba familiar. Era alto, con el cabello rubio revuelto y los hombros anchos de los cazadores de sombras, brazos musculosos, las líneas negras de las marcas con las que se protegían asomándose del cuello y los puños de su camisa.
Sus ojos eran de un inusual color oro. Llevaba un pesado anillo de plata en un dedo, como lo hacían muchos de los cazadores de sombras. Levantó una ceja a Kit.
—Me gustan las armas, ¿y a ti? —dijo él.
—Están bien —Kit retrocedió un poco hacia una de las mesas, esperando que las dagas en su bolsillo interior no sonaran.
El hombre se acercó a la estantería en la que Kit había estado y recogió la daga que dejó caer.
—Has elegido una buena —dijo— ¿Ves la inscripción en el mango?
Kit no la había visto.
—Fue hecha por uno de los descendientes de Wayland el Smith, que hizo a
Durendal y Cortana —El hombre hizo girar la daga entre sus dedos antes de
ponerla de nuevo en su estante—. Nada tan extraordinario como Cortana, pero las
dagas como esas siempre volverán a tu mano después de lanzarlas. Conveniente.
Kit se aclaró la garganta.
—Debe valer mucho —dijo.
—Dudo que los Blackthorns estén buscando venderla —dijo el hombre
secamente—. Soy Jace, por cierto. Jace Herondale.
Pausó. Parecía estar esperando una reacción, la cual Kit estaba decidido a
no darle. Conocía el nombre Herondale. Parecía que era la única palabra que
alguien le había dicho en las últimas dos semanas. Pero eso no significaba que
quisiera darle al hombre, Jace, la satisfacción que estaba buscando.
Jace parecía impasible ante el silencio de Kit.
—Y tú eres
Christopher Herondale.
—¿Cómo lo sabes? —dijo Kit, manteniendo la voz plana y sin entusiasmo.
Odiaba el nombre Herondale. Odiaba la palabra.
—Parecido familiar —dijo Jace—. Nos parecemos. De hecho, te pareces a los
dibujos de un montón de Herondales que he visto —Hizo una pausa—. Además, Emma
me envió al celular una foto tuya.
Emma. Emma Carstairs había salvado la vida de Kit. Sin embargo, no habían
hablado mucho desde que, tras la muerte de Malcolm Fade, el Gran Brujo de Los
Ángeles, todo había caído en el caos. No había sido la primera prioridad de
nadie, y además, tenía la sensación de que pensaba en él como un niño.
—Bien. Soy Kit Herondale. La gente sigue diciéndome eso, pero no significa nada
para mí —Kit dijo sin rodeos—. Soy un Rook. Kit Rook.
—Sé lo que te dijo tu padre. Pero eres un Herondale. Y eso significa algo.
—¿Qué? ¿Qué significa? —demandó Kit.
Jace se apoyó contra la pared de la sala de armas, justo debajo de una
exhibición de claymores pesados. Kit esperaba que uno cayera sobre su cabeza.
—Sé que eres consciente de los Cazadores de Sombras —dijo—. Muchas personas
lo son, especialmente los Subterráneos y los mundanos con la Visión. Es lo que
pensabas que eras, ¿verdad?
—Nunca pensé que fuera un mundano —dijo Kit. ¿No entendían los
cazadores de sombras cómo sonaba cuando usaban esa palabra?
Sin embargo, Jace lo ignoró.
—La sociedad y la historia de los cazadores de sombras no son cosas que la
mayoría de las personas que no son Nefilim conozcan. El mundo de los Cazadores
de Sombras está formado por familias, cada una de las cuales tienen un nombre
que aprecian. Cada familia tiene una historia que pasamos a cada generación
sucesiva. Llevamos la gloria y el peso de nuestros nombres, lo bueno y lo malo
que nuestros antepasados han hecho, a través de todas nuestras vidas. Tratamos
de estar a la altura de nuestros nombres, para que los que vienen después de
nosotros tengan cargas más ligeras —Cruzó los brazos sobre su pecho. Sus muñecas
estaban cubiertas de Marcas; había una que parecía un ojo abierto en el dorso
de su mano izquierda. Kit había notado que todos los cazadores de sombras
parecían tener una—. Entre los Cazadores de Sombras, tu apellido es
profundamente significativo. Los Herondale han sido una familia que ha dado
forma a los destinos de los cazadores de sombras por generaciones. No quedan
muchos de nosotros, de hecho, todos pensaron que yo era el último. Sólo Jem y
Tessa tuvieron fe de que tú existías. Te buscaron durante mucho tiempo.
Jem y Tessa. Junto con Emma, habían ayudado a Kit a escapar de los demonios
que habían asesinado a su padre. Y le contaron una historia: la historia de un
Herondale que había traicionado a sus amigos y huyó, comenzando una nueva vida
lejos de otros Nefilim. Una nueva vida y una nueva línea familiar.
—He oído hablar de Tobias Herondale —dijo—. Así que soy descendiente de un
gran cobarde.
—La gente tiene fallas —dijo Jace—. No todos los integrantes de tu familia
van a ser impresionantes. Pero cuando vuelvas a ver a Tessa, y lo harás, podrá
contarte sobre Will Herondale. Y James Herondale. Y yo, por supuesto —añadió
modestamente—. Hasta en los cazadores de sombras, soy bastante importante. No
lo digo para intimidarte.
—No me siento intimidado —dijo Kit, preguntándose si ese tipo era real.
Había un brillo en los ojos Jace mientras hablaba que indicaba que él no podía
tomar todo lo que estaba diciendo en serio, pero era difícil estar seguro—.
Siento que quiero que me dejen solo.
—Sé que es mucho para procesar —dijo Jace. Extendió la mano para palmear a
Kit en la espalda—. Pero Clary y yo estaremos aquí por todo el tiempo que
necesites...
El golpe en la espalda desprendió una de las dagas del bolsillo de Kit. Se
estrelló en el suelo entre ellos, mirándolo desde el suelo de granito como un
ojo acusador.
—De acuerdo —dijo Jace en el silencio que siguió—. Así que estás robando
armas.
Kit, que sabía la inutilidad de una obvia negación, no dijo nada.
—Está bien, mira, sé que tu papá era un ladrón, pero ahora eres un Cazador
de Sombras y ... espera, ¿qué más hay en esa chaqueta? —Preguntó Jace. Hizo
algo complicado con su bota izquierda que pateó la daga en el aire. La tomó con
cuidado, los rubíes en la empuñadura brillando a la luz—. Quítatela.
En silencio, Kit se quitó la chaqueta y la arrojó sobre la mesa. Jace la
volteó y abrió el bolsillo interior. Ambos contemplaron silenciosamente el
destello de cuchillos y piedras preciosas.
—Entonces —dijo Jace—. Estabas planeando huir, ¿no es así?
—¿Por qué debería quedarme? —Kit explotó. Sabía que no debía hacerlo, pero
no podía evitarlo; era demasiado: la pérdida de su padre, su odio al Instituto,
la presunción de los Nefilim, sus demandas de que aceptara un apellido que no
le importaba y del que no quería preocuparse—. No pertenezco aquí. Puedes
decirme todo esto sobre mi nombre, pero no significa nada para mí. Soy el hijo
de Johnny Rook. He estado entrenando toda mi vida para ser como mi papá, no
para ser como tú. No te necesito. No necesito a ninguno de ustedes. Todo
lo que necesito es un poco de dinero para empezar, y puedo instalar mi propio
puesto en el Mercado de las Sombras.
Los ojos dorados de Jace se estrecharon y, por primera vez, Kit vio, bajo
la arrogante y burlona fachada, el brillo de una aguda inteligencia.
—¿Y vender qué? Tu padre vendió información. Le tomó años, y mucha magia
mala, para construir esas conexiones. ¿Quieres vender tu alma así, para que
puedas hacer una vida en los bordes del Submundo? ¿Y qué hay de lo que mató a
tu padre? Lo viste morir, ¿verdad?
—Demonios…
—Sí, pero alguien los envió. El Guardián podrá estar muerto, pero eso no
significa que nadie te esté buscando. Tienes quince años. Podrías pensar que
quieres morir, pero confía en mí, no lo haces.
Kit tragó saliva. Intentó imaginarse parado detrás del mostrador de un
puesto en el Mercado de las Sombras, como lo había hecho durante los últimos
días. Pero la verdad era que siempre había estado a salvo en el Mercado debido
a su padre. Porque la gente tenía miedo de Johnny Rook. ¿Qué le pasaría allí
sin la protección de su padre?
—Pero no soy un Cazador de Sombras —dijo Kit. Echó un vistazo alrededor de
la sala, a los millones de armas, a las pilas de adamas, los uniformes,
las armaduras y los cinturones de armas. Era ridículo. No era un ninja—. Ni
siquiera sabría cómo empezar a ser uno.
—Dale otra semana —dijo Jace—. Otra semana aquí en el Instituto. Date una
oportunidad. Emma me contó cómo peleaste contra esos demonios que mataron a tu
papá. Sólo un cazador de sombras podría haber hecho eso.
Kit apenas recordaba luchar contra los demonios en la casa de su padre,
pero sabía que lo había hecho. Su cuerpo se había apoderado de él, y peleó, e
incluso, de una manera pequeña, extraña, oculta, lo disfrutó.
—Esto es lo que eres —dijo Jace—. Eres un cazador de sombras. Eres parte
ángel. Tienes la sangre de los ángeles en tus venas. Eres un Herondale. Lo que
por cierto, significa que no sólo eres parte de una familia increíblemente
atractiva, sino que también formas parte de una familia que posee una gran
cantidad de propiedades valiosas, incluyendo una casa en Londres y una casa
solariega en Idris, lo cual probablemente tengas derecho a una parte de ellas.
Ya sabes, si estuvieras interesado.
Kit miró el anillo en la mano izquierda de Jace. Era de plata, pesado y
parecía antiguo. Y valioso.
—Estoy escuchando.
—Todo lo que estoy diciendo es que le des una semana. Después de todo —Jace
sonrió—, los Herondale no pueden resistirse a un desafío.
—¿Un demonio Teuthida? —Julian dijo al teléfono, sus cejas frunciéndose—.
Eso es como casi un calamar, ¿verdad?
La respuesta fue inaudible: Emma pudo reconocer la voz de Ty, pero no las
palabras.
—Sí, estamos en el muelle —Julian continuó— Aún no hemos visto nada, pero
acabamos de llegar. Es una pena que no tengan puestos designados para aparcar
para cazadores de sombras...
Su mente sólo captaba la mitad de lo que decía Julian, Emma miró alrededor.
El sol se acababa de ocultar. Siempre había amado el Puerto de Santa Monica,
desde que era niña y sus padres la habían llevado a jugar hockey de aire y a
subirse al carrusel. Amaba la comida chatarra —hamburguesas y batidos de leche,
almejas fritas y enormes piruletas— y el Parque Pacífico, el parque de
atracciones al final del muelle con vista al Océano Pacífico.
Los mundanos habían invertido millones de dolares en modernizar el muelle
en una atracción turística a través de los años. El Parque Pacífico estaba
lleno de nuevos paseos brillantes; el viejo carrito de churros se había ido,
reemplazado por un artesanal carro de helados y platos de langosta. Pero el
piso debajo de los pies de Emma aún estaban agrietado y desgastado por años de
sol y arena. El aire aún olía como azúcar y algas marinas. El carrusel aún
derramaba música mecánica en el aire. Aún había máquinas de monedas en el que
podías ganar un gigante panda de peluche. Y aún había espacios oscuros bajo el
muelle, donde mundanos se reunían y algunas veces, cosas más siniestras.
Eso era cosa de ser Cazadores de Sombras, Emma pensó, echando un vistazo al
muelle en dirección a la enorme rueda de la fortuna decorada con relucientes
luces LED. Una fila de mundanos impacientes por subirse a la rueda de la
fortuna estaban reunidos en la barandilla de madera; pasando la barandilla,
podía ver el océano azul oscuro, moteado de blanco donde las olas chocaban. Los
cazadores de sombras veían la belleza en las cosas que los mundanos creaban
—las luces de la rueda de la fortuna se reflejaban en el océano tan
brillantemente que parecía como si alguien estuviera lanzando fuegos
artificiales de muchos colores debajo del agua: rojo, azul, verde, purpura, y
oro— pero podían ver la oscuridad también, el peligro y la decadencia.
—¿Qué sucede? —Julian preguntó. Deslizó su teléfono en el bolsillo de su
chaqueta. El viento —siempre había viento en el muelle, el viento que soplaba
sin cesar en el océano, llevando el olor de la sal a lugares lejanos— levantó
las suaves ondas de su cabello castaño que besaron sus mejillas y su frente.
Pensamientos oscuros, Emma quiso decir. No podía, sin embargo. Una vez Julian había sido la
persona a la que podía decirle cualquier cosa y todo. Ahora era la persona a la
que no podía decirle nada.
En su lugar ella evitó su mirada.
—¿Dónde están Mark y Cristina?
—Por allí —señaló él—. Por el juego de lanzar aros.
Emma siguió su mirada al brillante puesto donde las personas competían para
ver quién podía lanzar un anillo de plástico y que cayera alrededor del cuello
de una docena de botellas alineadas. Intentó no sentirse superior porque eso
era aparentemente algo que los mundanos encontraban difícil.
El medio hermano de Julian, Mark, sostenía tres anillos de plástico en su
mano. Cristina, su cabello oscuro atado en un moño, estaba de pie a lado de él,
comiendo caramelo y y riéndose. El cabello rubio platino de Mark destellaba
contra su traje oscuro mientras lanzaba los anillos: los tres al mismo tiempo.
Cada uno se movió en espiral en diferentes direcciones y cayeron alrededor del
cuello de la botella.
Julian suspiró.
—Demasiado para ser discreto.
Una mezcla de coros y ruidos de descontento salieron de los mundanos en el
puesto de anillos. Afortunadamente no había muchos de ellos, y Mark fue capaz
de recoger su premio —algo en una bolsa de plástico— y escapar con un mínimo de
protestas.
Se dirigió hacia ellos con Cristina a su lado. Los extremos de sus orejas
puntiagudas se asomaban por los rizos de su cabello claro, pero traía glamour
así los mundanos no podían verlas. Mark era mitad hada, y su sangre subterránea
se mostraba en la delicadeza de sus facciones, la punta de sus orejas, y los
ángulos de sus ojos y mejillas.
—¿Así que era un demonio calamar? —Emma dijo, en general sólo para tener
algo que decir para llenar el silencio entre ella y Julian. Había muchos
silencios entre ella y Julian en esos días. Sólo había pasado una semana desde
que todo había cambiado, pero sentía la diferencia profundamente, en sus
huesos. Sentía la distancia de él, a pesar de que él nunca había sido nada más
que escrupulosamente cortés y amable desde que le había dicho sobre ella y
Mark.
—Aparentemente —dijo Julian.
Mark y Cristina ya estaban al alcance de su oído; Cristina se había acabado
su caramelo y miraba tristemente a la bolsa, como si esperara que apareciera
más. Emma podía entenderla. Mark, mientras tanto, estaba mirando su premio.
—Escala un lado del muelle y atrapa personas , en su mayoría niños,
cualquiera que se incline a tomar una foto por la noche. Se está volviendo más
valiente, sin embargo. Aparentemente alguien lo descubrió dentro del área de
juegos cerca del hockey de mesa... ¿Eso es un pez de colores?
Mark sostenía la bolsa de plástico. Dentro de ella, un pequeño pez naranja
nadaba en círculos.
—Esta es la mejor patrulla que hayamos hecho —dijo él—. Nunca
antes he ganado un pez.
Emma suspiró por dentro. Mark había pasado los últimos años de su vida con
la Cacería Salvaje, la más anárquica y feroz de todas las hadas. Ellos viajaban
a través del cielo en toda clase de cosas encantadas —motocicletas, caballos,
venados, enormes perros feroces— y limpiaban los campos de batalla, tomando
cosas valiosas de los cuerpos de los muertos y los daban en tributo a las
cortes de las hadas.
Se estaba ajustando bien al estar de regreso entre su familia de cazadores
de sombras, pero aún había veces donde la vida ordinaria parecía tomarlo por
sorpresa. Se dio cuenta que todos lo estaban mirando con las cejas arqueadas.
Pareció alarmado y colocó tentativamente un brazo alrededor de los hombros de
Emma, sosteniendo la bolsa con la otra mano.
—Gané un pez para ti, hermosa mía —dijo él, y la besó en la mejilla.
Fue un beso dulce, amable y suave, Mark olía como siempre lo hacía: como
aire frío del exterior y pasto verde. Y tenía absoluto sentido, Emma pensó, que
Mark asumiera que todos lo habían mirado porque estaban esperando que le diera
su premio. Ella era, después de todo, su novia.
Intercambió una mirada preocupada con Cristina, cuyos ojos oscuros se
habían ampliado. Julian lucía como si estuviera apunto de vomitar sangre. Sólo
fue brevemente, antes de que cambiara sus facciones de regreso a la
indiferencia, pero Emma se alejó de Mark, sonriéndole en disculpa.
—No podría mantener a un pez con vida —dijo ella—. Mato plantas sólo con
verlas.
—Sospecho que tendría el mismo problema —dijo Mark, mirando al pez—. Es una
pena, iba a llamarlo Magnus porque tiene escamas brillantes.
Ante eso, Cristina rió. Magnus Bane era el Gran Brujo de Brooklyn, y tenía
una afición por el brillo.
—Supongo que será mejor que lo deje libre —dijo Mark. Antes de que alguien
pudiera decir algo, hizo su camino hacia la barandilla del muelle y vació la
bolsa, con pez y todo, hacia el océano.
—¿Alguien quiere decirle que los peces de colores son de agua dulce y no
pueden sobrevivir en el océano? —dijo Julian tranquilamente.
—Realmente no —dijo Cristina.
—¿Acaba de matar a Magnus? —preguntó Emma, pero antes de que Julian pudiera
responder, Mark se dio la vuelta.
Todo el humor se había ido de su expresión, y sus ojos —uno azul, uno
dorado— estaban estrechados.
—Acabo de ver algo hacer una abertura por uno de los pilotes debajo del
muelle. Algo sin duda no humano.
Fue como si hubieran sido electrificados. En segundos, cada uno ellos tenía
una arma en su mano —Emma estaba empuñando su espada, Cortana, una espada
dorada que le había sido dada por su padres. Julian sostenía un cuchillo
serafín, y Cristina su cuchillo mariposa.
—¿Por cuál camino se fue? —Julian dijo bruscamente.
—Hacia el final del muelle —dijo Mark: él solo no había alcanzado una arma,
pero Emma sabía lo rápido que era. Su apodo en la Cacería Salvaje había sido
“elf-shot”, porque era rápido y preciso con un arco y flecha o lanzando un
cuchillo—. Hacia el parque de atracciones.
—Yo iré por ese lado —dijo Emma—. Trataré de llevarlo a la orilla del
muelle. Mark, Cristina, ustedes vayan por debajo, atrápenlo si intenta regresar
al agua.
Muy apenas tuvieron tiempo de asentir, y Emma salió corriendo. El viento
tiró de su cabello trenzado cuando se abrió paso hacia la multitud en el parque
iluminado al final del muelle. Cortana se sentía cálida y sólida en su mano, y
sus pies volaban sobre las deformadas tablillas de madera. Se sentía libre, sus
preocupaciones a un lado, todo en su mente y cuerpo enfocado en la tarea que
tenía que hacer.
Podía oír pasos junto ella. No necesitó mirar para saber que era Jules. Sus
pasos habían estado junto a los de ella por todos los años en que había sido
una cazadora de sombras en combate. Su sangre había sido derramada cuando la
suya lo había sido. Él había salvado su vida y ella había salvado la suya. Él
era parte de su lado guerrero.
—Ahí —lo escuchó decir, pero ella ya lo había visto: una oscura, figura
jorobada, trepaba la estructura de soporte de la rueda de la fortuna. Los
vagones continuaban girando, los pasajeros chillando en deleite, desprevenidos.
Emma alcanzo la fila en la rueda y empezó a hacer su camino a través de
ella. Julian y ella se habían puesto runas de glamour antes de llegar al
muelle, y eran invisibles a ojos mundanos. Sin embargo, eso no significaba que
pudieran evitar que sintieran su presencia. Los mundanos en la fila maldijeron
y gritaron cuando pisoteó y codeó para poder avanzar.
Un vagón acababa de balancearse, una pareja —una chica comiendo un algodón
de azúcar y su larguirucho novio vestido de negro— estaban a punto de subirse a
él. Mirando hacía arriba, Emma vio cuando el demonio Teuthida se deslizó en lo
alto del soporte de la rueda. Maldiciendo, Emma pasó junto a la pareja, casi
arrojándolos a un lado, y saltó sobre el vagón. Era octagonal, un banco en el
interior y con un montón de espacio para poder pararse. Escuchó gritos de
sorpresa cuando el vagón se alzó, ascendiendo lejos de la escena de caos que
ella había creado, la pareja que había estado a punto de subirse a la rueda
gritándole al vendedor, y las personas en línea gritándose entre ellos.
El vagón se meció bajo sus pies mientras Julian aterrizó a un lado de ella,
evitando que se balanceara.
Él estiró la cabeza.
—¿Lo ves?
Emma echó un vistazo. Lo había visto, estaba segura de ello, pero parecía
haberse desvanecido. Desde su ángulo, la rueda de la fortuna era un desastre de
brillantes luces. Los dos vagones debajo de Julian y Emma estaban vacíos de
personas; la fila aún debía de estar por ordenarse.
Bien, Emma pensó. Entre
menos personas hubieran en la rueda, mejor.
—Detente —sintió la mano de Julian en su brazo, volteándola. Todo su cuerpo
se tensó.
—Runas —dijo él, secamente, y se dio cuenta que él estaba sosteniendo su
estela en su mano.
Bajó la mano que sostenía a Cortana. Su vagón seguía ascendiendo. Emma
podía ver la playa debajo, el agua oscura salpicando la arena, las colinas del
Palisades Park elevándose por encima de la carretera, coronado con una franja
de árboles y follaje.
Las estrellas eran tenues pero visibles, más allá de las brillantes luces
del muelle. Julian sostenía su brazo, ni bruscamente ni gentil, pero con una
especie de frío distanciamiento. Le dio la vuelta, su estela haciendo
movimientos rápidos sobre su muñeca, grabando runas de protección, rapidez,
agilidad y seguridad.
Eso era lo más cerca que había estado de Julian en más de una semana. Se
sentía mareada, un poco borracha. Su cabeza estaba baja, sus ojos fijos en lo
que estaba haciendo, y tomó la oportunidad para absorber la vista de él.
Las luces de la rueda se habían vuelto ámbar y amarillas; bañaban su
bronceada piel en oro. Su cabello caía suelto, finas ondas sobre su frente.
Sabía que la piel de la comisura de su boca era suave, y la manera en que sus
hombros se sentían debajo de sus manos, fuertes, firmes y vibrantes. Sus
pestañas eran largas y gruesas, tan oscuras que parecían pintadas en carbón;
medio esperaba que dejaran una capa de polvo negro en sus mejillas cuando
parpadeaba.
Era hermoso. Siempre había sido hermoso, pero lo había notado demasiado
tarde. Y ahora estaba de pie con las manos a sus costados y su cuerpo doliendo
porque no podía tocarlo. Nunca podría tocarlo de nuevo.
Él terminó lo que había estado haciendo y giró la estela, así el mango
estaba de su lado. La tomó sin una palabra, mientras él jalaba el cuello de su
camisa, debajo de su chaqueta. La piel de ahí era un tono más pálido que la
piel bronceada de su rostro y manos, marcada una y otra vez con las
desvanecidas marcas de runas que una ves habían sido usadas.
Se tuvo que mover más cerca para marcarlo. Las runas florecían de la punta
de la estela: agilidad, visión nocturna. Su cabeza alcanzaba el borde de su
barbilla. Ella estaba mirando directamente a su garganta, lo vio tragar.
—Sólo dime —dijo Julian—. Sólo dime si él te hace feliz. Que Mark te hace
feliz.
Levantó bruscamente la cabeza. Había terminado las runas en su piel; él se
estiró para tomar la estela de su mano inmóvil. Por primera vez en lo que se
sentía por siempre, la miraba directamente en los ojos, sus ojos se volvieron
de un azul oscuro, por los colores del cielo nocturno y el océano, derramándose
sobre ellos cuando alcanzaban la cima de la rueda.
—Estoy feliz, Jules —dijo ella. ¿Qué era una mentira más entre muchas
otras? Nunca había sido alguien que mintiera fácilmente, pero se estaba
acostumbrando. Cuando la seguridad de las personas que amaba dependía de ello,
encontró que podía mentir—. Esto es... es lo más inteligente, lo más seguro
para nosotros dos.
La línea de su suave boca se endureció.
—Eso no fue...
Jadeó. Una retorcida figura se alzó detrás de él —era del color del petróleo,
sus tentáculos aferrándose a uno de los rayos de la rueda. Su boca estaba
abierta completamente, un perfecto círculo rodeado de dientes.
—¡Jules! —gritó, y se lanzó hacia el vagón, agarrando una de las
delgadas barras de hierro que corrían en el rayo de la rueda. Colgando de un
lado, lo acuchilló con Cortana, atrapando al Teuthida cuando se echó hacia
atrás. Aulló, y salpicó icor; Emma gritó cuando salpicó su cuello, quemando su
piel.
Un cuchillo perforó el redondo cuerpo del demonio. Levantándose, Emma bajó
la mirada para ver a Julian posicionado en el borde del vagón, con otro
cuchillo ya en la mano. Apuntó hacia abajo a lo largo de su brazo, lanzó el
segundo cuchillo...
Hizo un estruendo encima del vagón vació. El Teuthida, increíblemente
rápido, se alejó de su vista. Gracias a la runa de audición que Julian le había
puesto, Emma lo podía oír gateando debajo, a lo largo de la maraña de barras
metálicas que componían el interior de la rueda.
Emma puso a Cortana en su funda y empezó a arrastrarse a lo largo del rayo
de la rueda, dirigiéndose a la cima de la rueda. Las luces LED estallaron a su
alrededor en oro y púrpura.
Había icor y sangre en sus manos haciendo su camino resbaladizo.
Incongruentemente, la vista desde la rueda era hermosa, el océano y la arena se
veía enfrente de ella por todas las direcciones, como si estuviera colgando en
la orilla del mundo.
Podía saborear la sangre en su boca, y sal. Debajo de ella, podía ver a
Julian, fuera del vagón, trepando por el radio de una rueda más abajo. La miró
y señaló, siguió la linea de su mano y vio al Teuthida cerca del centro de la
rueda.
Sus tentáculos azotaban alrededor de su cuerpo, golpeando el centro de la
rueda. Emma podía sentir las reverberaciones por sus huesos. Estiró su cuello
para ver lo que estaba haciendo y se congeló —el centro de la rueda era un
enorme tornillo, sosteniéndola en sus soportes estructurales. El Teuthida
tiraba del perno, tratando de arrancarlo. Si el demonio tenía éxito quitándolo,
toda la estructura se separaría de sus amarres y rodaría fuera del muelle, como
una rueda de bicicleta chafada.
Emma no tenía ilusiones de que alguien en la rueda, o cerca de ella,
sobreviviría. La rueda se derrumbaría sobre sí misma y colapsaría, aplastando a
cualquiera debajo. Los demonios prosperaban de la destrucción, de la energía de
la muerte. Sería un banquete.
La rueda de la fortuna se meció. El Teuthida tenía sus tentáculos sujetando
con firmeza el tornillo de hierro en el centro de la rueda y se estaba
torciendo. Emma intensificó la velocidad de su subida, pero estaba demasiado
lejos del centro. Julian estaba más cerca, pero sabía las armas que llevaba:
dos cuchillos, los cuales ya había lanzado, y cuchillos serafín, los cuales no
eran lo suficientemente largos para alcanzar al demonio.
Alzó la mirada para verla cuando estiró su cuerpo a lo largo de la barra de
hierro, envolviendo su brazo izquierdo a su alrededor para sostenerse a sí
mismo, y mantuvo el otro brazo fuera, su mano extendida.
Supo inmediatamente, sin tener que preguntarse lo que él estaba pensando.
Respiró profundamente y dejó ir el radio de la rueda.
Cayó, hacia abajo de Julian, estirando su propia mano para alcanzar la
suya. Se atraparon y apretaron, y lo escuchó jadear cuando la tomó de la
muñeca. Se balanceó hacia adelante y abajo, su mano izquierda cerrada en su
derecha, y con su otra mano desenvainó a Cortana. El peso de su caída la llevó
hacia adelante, balanceándola hacia el medio de la rueda.
El demonio Teuthida elevó su cabeza cuando ella se dirigió hacia él, y por
primera vez, vio sus ojos —eran ovalados, brillando con una capa protectora que
parecía un espejo. Casi parecieron ampliarse como ojos humanos cuando osciló a
Cortana, dirigiéndola encima de la cabeza del demonio, hacia su cerebro.
Sus tentáculos se agitaron —un último espasmo al morir, cuando su cuerpo se
liberó de la espada y se deslizó, rodando y cayendo a lo largo de una de las
ruedas. Alcanzó el final y se derrumbó.
En la distancia, Emma creyó oír una salpicadura. Pero no había tiempo de
preguntarse. La mano de Julian apretaba la suya y la jalaba. Guardó a Cortana
en su funda mientras él la alzó, hacia el radio de la rueda donde él yacía, así
que colapsó torpemente, casi encima de él.
Aún apretaba su mano, respirando duramente. Sus ojos encontraron los suyos,
sólo por un segundo. Alrededor de ellos, la rueda giraba, moviéndolos de
regreso al suelo. Emma podía ver multitudes de mundanos en la playa, el brillo
del agua a lo largo de la orilla, incluso una oscura cabeza y una clara que
podían ser Mark y Cristina....
—Buen trabajo en equipo —dijo Julian, finalmente.
—Lo sé —Emma dijo, y lo sabía. Esa era la peor parte: que él estaba en lo
cierto, que ellos aún trabajaban perfectamente juntos como parabatai. Como
compañeros guerreros. Como una unida pareja de soldados que nunca, nunca
podrían ser separados.
Mark y Cristina estaba esperando por ellos debajo del muelle. Mark se había
quitado los zapatos y estaba en parte dentro del agua del océano. Cristina
estaba plegando su cuchillo mariposa. A sus pies había una parte de viscosa
arena seca.
—¿Vieron caer al calamar de la rueda de la fortuna? —Emma preguntó mientras
Julian y ella se acercaban.
Cristina asintió.
—Cayó en el océano. No estaba tan muerto, así que Mark lo arrastró a la
arena y acabamos con él —Pateó la arena en frente de ella—. Fue muy asqueroso,
y Mark se llenó de baba.
—Yo me llené de icor —dijo Emma, mirando hacia su traje manchado—. Ese fue
un demonio desastroso.
—Sigues estando muy hermosa —dijo Mark con una sonrisa galante.
Emma le sonrió como respuesta, tanto como pudo. Estaba increíblemente
agradecida con Mark, que estaba interpretando su parte en todo eso sin una
palabra de queja, a pesar de que podía hallarlo extraño. En opinión de
Cristina, Mark estaba consiguiendo algo de todo eso, pero Emma no podía
imaginar qué era. No era como si a Mark le gustara mentir —había pasado muchos
años entre las hadas, que eran incapaces de decir falsedades, que él lo
encontraba innatural.
Julian se había alejado de ellos y estaba al teléfono otra vez, hablando en
voz baja. Mark salió del agua y metió los pies mojados en sus botas. Ni él ni
Cristina traían glamour completamente, y Emma notó las miradas que los mundanos
le lanzaban mientras él se dirigía hacia ella —porque él era alto, y hermoso, y
porque tenía ojos que brillaban aún más que la rueda de la fortuna. Y porque
uno de sus ojos era azul y el otro dorado.
Y porque había algo sobre él, algo indefinidamente extraño, un trozo del
salvajismo de las Hadas que nunca fallaba en hacer pensar a Emma en la
libertad, amplios espacios abiertos de libertad y desenfreno. Soy un chico
perdido, sus ojos parecían decir. Encuéntrame.
Alcanzando a Emma, alzó su mano para quitar un mechón de su cabello. Una
ola de sentimientos la atravesó —tristeza y júbilo, un anhelo de algo, aunque
no sabía de qué.
—Era Diana —dijo Julian, e incluso sin mirarlo, Emma podía imaginarse su
cara mientras hablaba —con seriedad, atención, una cuidadosa consideración
hacia cualquiera que fuera la situación—. Jace y Clary han llegado con un
mensaje del Cónsul. Están teniendo una reunión en el Instituto, y nos quieren
allí ahora.
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